¿Cómo acabar con la dualidad sin dejar de vivir en el mundo? ¿Cómo hacer que el juego del bien y del mal, de lo correcto y lo incorrecto, termine definitivamente en nosotros?
Mientras me hacía esta pregunta la imagen que me vino a la mente fue la de un árbol.
El árbol está plantado en sus propias raíces. Ella no se desplaza de un lugar a otro en busca del alimento y la energía que necesita para vivir. Simplemente clava sus raíces en la tierra y abre sus hojas al cielo, y todo lo que necesita está ahí, sin que tenga que buscar nada.
Para ella no hay caminos que seguir, ni historias que inventar... Y a pesar de su inmensa sombra proyectada a sus pies, no hay en ella ningún deseo de ofrecer esta sombra a nadie que necesite protegerse del sol. Y a pesar de sus frutos dulces y nutritivos, no hay en ella ningún deseo de dárselos a los hombres para que estén sanos... ella simplemente, en un cierto modo humilde y despejada, expresa su naturaleza, y a través de la presencia de esta naturaleza la sombra siempre estará disponible para quien la necesite y los frutos estarán siempre en el árbol listos para servir a quienes vengan a buscarlos.
Para un árbol sólo ese instante es real. Los hombres pasan y no los llama, no va tras ellos para imponer su presencia imponer su presencia... simplemente está ahí, entregado al momento. Y cuando los hombres vienen y se sientan a su sombra, brotará de ella una inmensa alegría, fruto de la certeza de que todo está en su lugar exacto, sin apego ni deseo de que se permanezcan allí para siempre. Y después de que se vayan, seguirá siendo el mismo árbol, profundamente enraizado en la tierra y con las hojas colgando al sol. Y cuando los hombres vengan y tomen su fruto de él brotará la misma alegría por el servicio prestado, sin apego, ni deseo, ni la voluntad de que esos frutos puedan ayuden a curar las heridas de esos hombres, pues ella implemente expresa su naturaleza, y los frutos de esa naturaleza son de todos y no para ella. Y cuando ella recibe el dióxido de carbono que los hombres expulsan y lo convierte en oxígeno que les dará vida, no lo hará pensando en los hombres, ni en el bien que que estará haciendo, sino que lo hará simplemente porque esa es su respiración.
Y un día, cuando de sus troncos broten semillas listas para brotar, no habrá en ella ningún deseo de que caigan a la tierra y broten en nuevos árboles, pues será el viento el que determine el ritmo de esta siembra; que lanzará esas semillas por el aire, llevándolas a lugares que el ojo de ese mismo árbol ni siquiera alcanzará. Si quisiera imponer su propio ritmo y, en su deseo de ver florecer esas semillas sacudiera el árbol, todas las semillas caerían a sus pies y los árboles que crecerían a partir de ahí acabarían asfixiándolo y tapando el sol. Es el viento el que determina el momento adecuado para que las semillas sean liberadas y es el viento el que al lugar donde tienen que ir. Nuestro árbol simplemente contempla la magia de la vida sin interferir en sus ciclos y ritmos sus propios ritmos, permaneciendo firme en sus raíces y ligero en sus ramas que se doblan suavemente, sin rigidez, cuando sopla el viento cuando sopla el viento, incluso cuando ese viento se convierte en tormentas. Y en esta danza, en esta melodía que deja la fragancia que la Vida revela con su presencia, nada más quedará que la PAZ.
Y es en esa PAZ donde se deshace toda dualidad.
Del libro Reflexiones Espirituales para una Nueva Tierra
https://www.pedroelias.org/es/libros