Madre Divina

Isabel se encontraba dentro de un anfiteatro donde varios seres estaban frente a un escenario circular. Allí, un Ser femenino estaba sentado. Tenía un velo que le cubría los ojos, lo que hizo que Isabel recordara el cuadro de la Madre del Mundo de Nicolás Roerich, con el que sintió una profunda conexión, pues era como si hubiera sido pintada a partir de esa imagen. Entonces comprendió que estaba frente a la energía de la Gran Madre, y que el simbolismo del velo que cubría sus ojos tenía un significado oculto, porque la Madre no necesita ver a sus hijos, ya que vive dentro de ellos. Y fue entonces cuando habló:

«Muchos son los nombres que me han dado, pero ninguno es mío.

Soy la Madre de los universos conocidos y desconocidos, de la luz y de la sombra.


Soy el sustrato de toda la creación.


No vengo para hablar lo que tenéis que hacer,

a presentar reglas o conductas, rituales o prácticas que aplicar.

No vengo a profetizar ni a instruirte sobre los mejores caminos,
pues estoy en el corazón de todos los Seres.

Los hablo a través de la intuición,
como hago con los pájaros cuando les muestro los caminos de la migración,
cuando guío a las ballenas a través de las corrientes marinas,
cuando conduzco a los peces a desovar en el lugar donde nacieron.

Y si hago todo esto con vuestros hermanos de los otros reinos,
¿no lo haría también contigo?

No me encontraréis en las canalizaciones
en los mantras o en las oraciones realizadas en mi nombre.

No me encontraréis en los altares de vuestras creencias,
sino sólo en el aroma de vuestras almas,
cuyo Sonido os conducirá siempre a la Verdad".»


Extracto del Capítulo III del libro La Llave de Andrómeda, de Pedro Elías
https://www.pedroelias.org/es/libros

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