Dualidad

La dualidad es una refracción, en el tiempo y en el espacio, de la realidad estacionaria del universo intangible donde todo es una sola realidad. Es un mecanismo que la Divinidad utiliza para permitir la sostenibilidad del Universo-Madre donde el fuego fricativo es uno de los motores de la evolución.

Sin dualidad, no hay fricción, y sin fricción no hay manera de elevar la sustancia universal a los niveles más altos de la existencia Cósmica. Es esta fricción la que permite, a través del desgaste generado entre la materia ascendente y la conciencia descendente, que el Fuego del Espíritu genere la síntesis de toda la existencia en este Universo.

Sin embargo, a pesar de ser un instrumento de Dios, la dualidad sigue siendo una ilusión si se observa a los ojos de nuestra Esencia profunda. Nadie pertenece a este Universo, sólo estamos aquí para transubstanciar la materia, quemándola con el Fuego de nuestro Espíritu. Por esta misma razón, debemos colocar nuestra conciencia en el punto exacto de la realidad donde realmente estamos y no en la inmensa etapa del drama tridimensional en el que está inmerso este planeta.

Saber sortear la dualidad, mantener la conciencia en la unidad profunda que nos define como esencia, es fundamental en el proceso de elevación de la materia en la síntesis de muchas encarnaciones. A través de la dualidad, forjamos esta materia, moldeándola en la imagen del arquetipo que debemos manifestar en este plano tridimensional. Sin embargo, sólo cuando superemos esta dualidad podremos elevar la materia que elaboramos a un plano superior de este Universo dimensional.

A través del fuego fricativo, la materia de nuestros tres cuerpos (físico, emocional y mental) fue moldeada y refinada a través de las encarnaciones, pero es sólo a través del Fuego Cósmico, el elemento ígneo en nosotros, que la materia podrá regresar a Aquel que le dio expresión.

Por lo tanto, debemos evitar caer en las trampas dejadas por esta misma dualidad y la separación que hacemos de las cosas entre el bien y el mal, lo sagrado y lo profano, lo correcto y lo incorrecto, y tantas otras que definen la existencia en este plano tridimensional.

De hecho, el bien y el mal son sólo difracciones de una verdad mayor, y como difracciones, fragmentos de esa misma verdad. Si aprendemos a mirar más allá de las máscaras, encontraremos que no hay ni bien ni maldad, sino una profunda sintonía con el principio inmaterial detrás de nuestra existencia tridimensional o la ausencia de esa misma sintonía.

Que entendamos que todo lo que definimos como malo es sólo el resultado de acciones realizadas por aquellos que no están en sintonía con el Amor profundo que son en esencia. Es algo que no existe, por lo tanto, como una realidad propia, sino como una distorsión resultante de la ausencia de alineación entre la conciencia tridimensional y el Ser que está detrás de ella.

Del mismo modo, el bien es otra distorsión y no una realidad en sí misma. No es nada a lo que podamos aspirar ya que en alineación profunda no somos buenos, sino sólo la expresión de nuestra propia Esencia. Y nuestra Esencia no es mala o buena, sino sólo lo que es.

Un árbol no da frutos por un acto de bondad, simplemente manifiesta su naturaleza profunda, es decir, no tiene forma de no darlos. Son una expresión natural de lo que es ese árbol y de lo que siempre será. Asimismo, una persona en profunda alineación y en sintonía con el Amor interior, al manifestar un tipo específico de comportamiento evolutivo, no lo hace por un acto de bondad, sino porque esa es su naturaleza.

Las acciones que podemos definir como bondadosas, reflejan, por el mero hecho de catalogarlas, una falta de armonía con nuestros planos interiores. No somos ni buenos ni malos, somos, y siempre seremos, ese Núcleo Divino que habita en la Eternidad. Y lo Divino está más allá de la dualidad.

Otro tipo de dualidad con la que nos hemos enredado tan a menudo es la que separa acciones, gestos o actitudes, entre lo profano y lo sagrado. La dualidad en sí misma no es precisa en la línea de separación que pretende trazar, ya que si fuera vista como real y no como una refracción de la realidad, muchos de sus parámetros tendrían que ser redefinidos.

Así, lo sagrado sería todo lo que se hace en conciencia y en sintonía con lo Divino. Por lo tanto, muchas cosas que tomamos como sagradas se volverían profanas, si se llevaran a cabo sin Amor y sin conciencia de servicio, lo cual debe impregnar cada gesto de nuestra existencia tridimensional.

Por otro lado, muchas de las cosas que tomamos como profanas, porque las consideramos indignas a los ojos de lo Divino, se volverían sagradas si se realizaran en sintonía con este Principio Inmaterial que nos habita.

Sí, porque estar sentado en un templo en oración puede ser un acto de lo más profano si nuestra conciencia no está polarizada en lo Divino, mientras que el simple acto de barrer las hojas secas en el patio de ese mismo templo puede ser algo profundamente sagrado si se hace con Amor y en honor al Único Ser.

Sin embargo, toda dualidad se diluye en la profunda certeza de que internamente todo es Luz, siendo el grado de sintonía con nuestro Íntimo lo que alimentará o cancelará la dualidad misma.

Si ya estamos despiertos, no nos enredemos en las redes de esta inmensa etapa donde nuestra conciencia tridimensional está todavía polarizada en la vida de la persona a la que se nos ha dado representar, ya que en los planos superiores de la Conciencia, más allá de los límites de esa misma etapa -donde se despliega la obra escrita por la mano de Dios-, todo está más allá de la dualidad, todo es Unidad.


Del libro Reflexiones Espirituales para una Nueva Tierra
https://www.pedroelias.org/es/libros

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