La oración es uno de los momentos más íntimos que alguien puede experimentar. Es la amplitud necesaria para que nos conectemos con Dios en la espontaneidad de un corazón que busca su Alma para que a través de ella, de manera amplificada, se produzca este diálogo con Dios. Diálogo que siempre es de corazón a corazón.
En la oración, entramos en este Templo Interior, el recinto sagrado de nuestra Alma, y allí, rindiéndonos plenamente, nos unimos a la presencia de Dios. Nada debe interferir con la intimidad de este momento, ni forzarlo a suceder al ritmo de otras voluntades que la nuestra.
Pero no siempre es así.
En la antigua Grecia, a través de su mitología, que habla de las realidades atlantes, los dioses se alimentaban de la devoción de los hombres. Fue a partir de su oración que retiraron su poder. Cuando los hombres dejaron de orar y el poder de estos dioses disminuyó, abrieron las puertas del inframundo y liberaron a los titanes que salieron a la superficie para aterrorizar a las poblaciones que, impulsadas por el miedo, volvieron a los templos a orar a estos mismos dioses. Con el nuevo poder invertido en ellos, derrotaron a los Titanes y salvaron al pueblo. Fue un juego vicioso en el que estos dioses, que nunca fueron alimentados por la devoción humana, invadieron este espacio sagrado dentro de cada persona a través de rituales y formas de oración que se impusieron para servir a sus intereses.
Como en el pasado, nada ha cambiado hoy en día. Estas mismas entidades, con otras vestimentas y propósitos, continúan esclavizando a la humanidad bajo el yugo de fórmulas impuestas, prometiendo la redención de la humanidad a cambio de esa misma devoción. Para mantenernos atrapados por sus egregores, nos alimentan con una paz psíquica ilusoria que, como una droga en nuestro sistema energético, nos mantiene adictos, entumecidos, atrapados en una burbuja hipnótica que nos impide sentir la verdadera Paz que viene de nuestra Alma.
Ha llegado el momento de liberarnos de estos "dioses" que alimentan la superstición y la idolatría. Ha llegado el momento de que no permitamos que este espacio sagrado dentro de nosotros sea invadido por estos vampiros astrales que se alimentan de nuestra sangre energética.
Orar es conectarse con Dios dentro de ese Templo Sagrado que es el Alma misma. Algo que debe brotar natural y espontáneamente a nuestro propio ritmo, porque sólo desde un Corazón abierto podemos expresar verdaderamente el Amor, y ningún Corazón se abrirá sin que las fragancias del Alma se hagan presentes en nosotros. Orar es respetar este espacio interior y permitir que el Silencio se asiente para que la Voz de Dios pueda ser escuchada. No hay ritmos ni formas correctas de orar, sólo la intención de conectarse a esta Fuente, y, por lo tanto, la forma puede ser cualquier cosa: aquella con la que nos sentimos más cómodos. Puedo establecer esta sagrada unión con Dios con un Rosario en la mano, como lo puedo lograr con un paseo por la naturaleza, con la plena concentración en una tarea diaria, con el simple acto de sentarme en silencio, siempre al ritmo interno de mi propia Alma y nunca por la voluntad de fuerzas externas a mí.
La redención de la Humanidad en su conjunto es parte de este juego que los "dioses" siempre han querido alimentar alimentándonos con la culpabilidad y el miedo; una ilusión creada para llevar a la gente a los templos donde rezan en sus nombres. Sólo existe la redención de cada ser individual, y esto sucede dentro de ese Templo Sagrado que nos habita y que sólo espera que, descalzos, decidamos, de una vez por todas, dejar caer todos los bastones, todas las alforjas, y con pasos firmes y totalmente desnudos caminar hacia el Centro de este Templo guiados por la única mano que verdaderamente nos puede guiar: la del Ser Divino que siempre fue y nunca dejará de ser. Nuestro propio yo.
Del libro Reflexiones Espirituales para una Nueva Tierra
https://www.pedroelias.org/es/libros