El Arquero Zen

En el silencio interior, en la tierna expresión de esos momentos que apaciguan en nosotros todo cuando aprendemos a no resistir a la Vida, sino a fluir a través de ella con el tiempo y el espacio, dejando que la Vida sea vivida por nosotros, todo volverá a la nota clave de nuestra encarnación. Y entonces ya no será necesario luchar, imponer, buscar, porque allí, en el momento presente donde nada falta, el Universo hará todo para alimentarnos con su manifestación de Abundancia, Armonía y PAZ.

Como el arquero zen que, en el estiramiento del arco, sin forzar sus músculos, mantiene esta tensión hasta que algo dispara la flecha sin preocuparse por el blanco o el momento adecuado para soltar la cuerda, pues es la Vida la que llevará esta flecha a donde tiene que llegar, y la que determinará el momento exacto en que esto suceda, también tendremos, un día, que silenciar toda nuestra expresión, viviendo todo sin tensión, sin un objetivo y un tiempo determinado por nosotros mismos, y entonces, el Alma, liberada del ruido y de la voluntad del ego, se manifestará con todo su poder y nos consagrará a la Vida que sólo nos espera para rendirnos incondicionalmente a lo Divino.

Cuando el arco se dispara con el Corazón, la realización de la Voluntad mayor se hace plenamente presente en ese momento, resonando por toda la eternidad, aunque la flecha no llegue al blanco, porque en los gestos del arquero, en la postura y en la liberación de la flecha en sintonía con la Vida, algo profundamente sanador sucederá, tanto para el arquero como para aquellos que la observan.

Saber reverenciar este disparo, aunque no se alcance el objetivo, porque ese objetivo es realmente interno y no externo, es darse cuenta de que todo se manifiesta como realidad sólo dentro de nosotros, y es a partir de esta realización que nuestra vida cambiará radicalmente y nos convertiremos en instrumentos del Plan Evolutivo como expresión del verdadero Servicio a lo Divino.

Sólo el corazón nos permitirá servir de verdad. Sin la apertura de este portal, el único que nos compite por abrir, ya que los otros son responsabilidad de la Jerarquía, nada de lo que podamos hacer se convertirá en una verdadera expresión de Vida, que nos espera para pronunciar ese SÍ profundo y significativo, para que se manifieste plenamente en un mundo tan falto de Amor. Sin esta apertura, sin esta pulsación que viene del centro de nuestra Alma, nada de lo que hagamos será verdaderamente real, aunque podamos construir mucho dentro del mundo formal, pero esta realización no habrá sido ungida y consagrada por la Vida.

Respirar los aromas de esta Vida en ese flujo pacífico que todo lo silencia, dejándonos llevar como una hoja en el arroyo de un río, es soltar la espada, desvestirse de la armadura, y desnudarse de todo lo que se dice de la civilización: "Padre, hágase tu voluntad, porque nada se sostiene más allá de eso."

Entonces nos convertiremos en seres en plena armonía con la Vida, nos rendiremos en los brazos de la Divina Madre y seremos consagrados por el Amor del Hijo que emana a través de cada átomo de nuestro cuerpo. Y entonces dejaremos de hablar y escribir acerca de las cosas que nuestro ego conoce como si alguna realidad en él estuviera por sí sola, para convertirnos en Uno con Cristo en el resplandor del Amor Incondicional y, con ese Amor, calificar el discurso y la escritura con la realidad del Corazón.

Y sólo aquellos que se encuentran dentro de esta manifestación serán los hijos de la Nueva Tierra que despierten.


Del libro Reflexiones Espirituales para una Nueva Tierra
https://www.pedroelias.org/es/libros

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