En el curso de la evolución humana, en su desidentificación con las cosas de este mundo, no por su negación, sino por la superación en nosotros de todas estas llamadas, la impersonalidad es esencial como una forma de trascender los apegos y cortar las redes relacionales que nos esclavizan, ya que todavía no sabemos cómo ver en otros su verdadero rostro.
La impersonalidad es la única manera en que podemos despertar el amor incondicional en todos nosotros, ya que veremos en el otro un reflejo de la Vida existente, sin ningún tipo de apego. No se hace ninguna distinción entre los que están cerca y los que, aunque físicamente distantes, están tan presentes como ellos.
La impersonalidad es un espejo que refleja la Luz de nuestra Esencia Profunda, permitiéndonos aclarar, desenrollar, limpiar y sutilizar todas las relaciones. Nada debería atarnos a esa persona que es el Amor profundo que nos une a toda la Humanidad por igual.
Por lo tanto, dejaremos de reaccionar de acuerdo a los protocolos de civilización que convocan comportamientos y actitudes, para relacionarnos con el rostro detrás de la máscara que nos pide una profunda reverencia.
Es importante entender que la impersonalidad no es lo mismo que la indiferencia. En la indiferencia, la persona no construye, sólo se distancia del otro por miedo. En la impersonalidad, por el contrario, se aleja de la forma de acercarse a la Esencia, construyendo un puente que los unirá con la parte más profunda de cada uno y no con las fuerzas civilizadoras que condicionan a la humanidad. Es en el interior donde se produce este contacto, llegando al otro en la dimensión donde realmente se encuentra.
Sin este contacto interior no hay una relación real, sino sólo una sombra de ella. Debemos tener el valor de salir de la cueva donde estas sombras tienen un rostro de realidad, y salir a contemplar el Sol y los objetos detrás de estas sombras que siempre hemos dado por sentadas, pero que son simples máscaras de la realidad. Todas las relaciones humanas son una expresión de estas máscaras, no importa cuán sutiles sean. Sólo a través de la impersonalidad, por paradójica que parezca, se expresará la verdadera relación.
Es necesario, por tanto, tener el valor de buscar la esencia y no la forma exterior reflejada en los rasgos a los que estamos acostumbrados y donde nos sentimos seguros, incluso sabiendo que esta seguridad no es más que el estancamiento.
Ser impersonal no es ser indiferente, como se dijo, sino buscar en el otro aquello que es más profundo para revelar. Ser impersonal es mirar más allá de todas las máscaras, no confirmar los rasgos que dan su expresión, y así buscar invocar la Luz que se esconde detrás de sus contornos.
Sólo entonces estaremos listos para manifestar, como reflejo de la expresión interna de nuestra verdadera identidad, lo que podría llamarse Personalidad-Impersonal. Un estado que trasciende toda forma y todo vínculo material a esta dimensión, revelando los rasgos internos de una identidad cuyo único vínculo es la Divinidad misma.
Encontraremos, entonces, como una experiencia íntima de esta realidad, la expresión Real del Ser Universal que, en esencia, somos nosotros mismos dentro de la ilusión del tiempo.
Del libro Reflexiones Espirituales para una Nueva Tierra
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