El Misterio de la Cruz y la Alquimia Profunda

Seguramente ha habido muchas veces en las que todos nosotros nos hemos preguntado por el sentido de la Vida. Al fin y al cabo ¿por qué existe un universo manifestado si fuera de él habita la perfección y la totalidad habita fuera de él? ¿Por qué nuestra esencia más profunda necesita proyetarse en Mónadas y Almas para descender a los mundos duales si, en estos mundos, no hay nada que pueda añadir o sustraer nada a esta misma esencia? Después de todo, ¿qué sentido tiene toda esta experiencia?

En un texto titulado "Ascensión" que escribí hace algunos años, intenté abordar este tema centrándome en la transubstanciación de la materia. Decía: "Cuando encarnamos en este Universo la arcilla cruda pasó a nuestras manos y se nos dijo: "Trabajadla con el Fuego de vuestro Espíritu". En etapas sucesivas de esta Encarnación Mayor, esta arcilla fue moldeando, tomando forma y brillando. Un día, dentro del proceso lineal-temporal, la arcilla se transformará en Luz y en Luz será devuelta al Padre".

Creo que hay una llave escondida en esta arcilla que se transforma en Luz para ser devuelta al Padre. Y esta llave la encontramos en la Cruz. La Iglesia retrata este momento afirmando que el sufrimiento de Jesús en la Cruz lavó los pecados del mundo. Yo diría que esto es casi correcto, pero contiene en sí mismo un malentendido. El sufrimiento no tiene poder alquímico, porque es meramente psicológico, y por lo tanto la palabra sufrimiento debería sustituirse por dolor.

Veamos entonces con más detalle este misterio. En la parte final de la encarnación de Jesús hay dos momentos muy particulares de gran sufrimiento para él, los únicos en todo ese proceso. El primero fue cuando Dios le presentó su destino en la Cruz y Jesús lo rechazó Padre, aparta de mí este cáliz". Allí sufrió durante unos breves momentos porque no aceptó la experiencia que se le proponía. Pero inmediatamente después anuló este mismo sufrimiento, diciendo: "Pero hágase tu voluntad y no la mía. El segundo momento de sufrimiento fue cuando, ya en la cruz, dice: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has ¿por qué me has abandonado? Aquí, una vez más, se dejó llevar por dudas y el sufrimiento estaba presente, pero inmediatamente después, como antes, él superó este sufrimiento diciendo: "Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu". Es esta aceptación plena de la experiencia de la experiencia la que tiene el poder de anular el sufrimiento, y es a la medida en que se anula este sufrimiento es cuando puede tener lugar el proceso alquímico puede tener lugar.

Todo lo que ocurrió fuera de estos dos momentos tan particulares, que están ahí para reflejar la humana condición de Jesús, que era uno con todos, fue vivido por él en en el más extremo de los dolores, pero en plena aceptación y, por tanto, sin una sola gota de sufrimiento. Y es la aceptación plena de este dolor extremo lo que contiene en sí el misterio de la Alquimia Profunda que transforma el mundo en la redención del Karma a través de la transubstanciación de la materia.

La resurrección de Jesús es, por esta misma razón, la máxima expresión de esta a través de la plena iluminación del Ego que se ofrece al Padre a través de su cuerpo de Gloria: el Cuerpo de Luz. Podemos observar este mismo misterio en la vida del Padre Pío, por ejemplo, que durante cincuenta años vivió el dolor extremo de sus estigmas con plena aceptación, y con ello ayudó a aliviar muchas de las cargas del mundo, en particular las derivadas de una Segunda Guerra Mundial, desencadenada por poderosas fuerzas ocultas que intentaron hacer todo lo posible para disuadirle de su tarea.

Que nos demos cuenta de que el dolor es una parte inherente de la propia encarnación. No tenemos forma de evitarlo dentro de sus múltiples gradaciones y dimensiones, siendo éste el resultado natural de la fricción producida por el fuego de fricción que rige los mundos duales. Dolor que no sólo se limita a las heridas del cuerpo físico, a las angustias y apegos del cuerpo emocional, a las preguntas existenciales del cuerpo mental, sino a todas las experiencias vividas en un mundo que está en evolución.

Sin embargo, a pesar de todas estas manifestaciones de dolor, somos nosotros los que decidimos si este dolor se transforma en sufrimiento o en alegría, en desesperación o en confianza, en soledad o en unión, en las lágrimas de quien se siente abandonado, o en la fuerza de ese Ojo de Fuego que se esconde tras los contornos de la máscara de la civilización. Somos nosotros quienes decidimos si esa experiencia que vivimos se pierde en la maraña de la psicología humana, y sus múltiples construcciones artificiales, generando sufrimiento como residuo, o si, por el contrario aceptamos plenamente la experiencia y, al hacerlo, permitimos que nos sea ofrecida por el crecimiento y maduración de nuestro propio y maduración del propio Ego.

Sí, porque es este Ego que nos acompaña desde nuestra primera encarnación, que está en evolución, es éste el que necesita ser transubstanciado, es por éste es por este Ego que estamos aquí para servirlo, ayudándolo en su elevación hasta que sea ofrecido al Padre en Luz y Gloria. Si negamos las experiencias que la vida nos presenta como una forma de lapidar este mismo Ego, bloqueamos todo el proceso alquímico a través de la toxina que llamamos sufrimiento. Jesús en la cruz nos revela la Alquimia Profunda sucediendo en su máximo voltaje, algo sólo posible de ser experimentado por la afirmación profundamente sentida y totalmente vertical de una afirmación vertical de un: "Hágase tu voluntad y no la mía". O es decir, algo sólo posible mediante la anulación del sufrimiento a través de la entrega y la entrega y la plena aceptación de la experiencia. Sin esta aceptación lo que queda es ese mismo sufrimiento, y nos contamina, nos paraliza, es mortal en el sentido de que tiene el poder de anular toda una encarnación y su propósito.

A lo largo de los siglos, a través de algunas religiones, nos hemos acostumbrado a ver el sufrimiento como una experiencia noble, como algo que contenía en sí mismo una cierta elevación que dignificaba al hombre. Pues bien, estábamos equivocados. El sufrimiento no tiene ningún poder alquímico, ni ennoblece ni verticaliza a nadie. Al contrario, es responsable de la miseria del mundo y de la penuria de unas vidas que se alargan sin sentido y sin propósito. Lo que realmente dignifica al hombre y lo verticaliza ante Dios, es vivir cada experiencia en experiencias en total aceptación y entrega. Y esto es lo que las fuerzas involutivas han combatido siempre, como lo hicieron persistentemente a lo largo de toda la vida del Padre Pío, porque es de esta Alquimia Profunda de donde nace su anulación.

Cuando intentamos negar las experiencias que la vida nos trae, ya sea a través del dolor causado por la vida cotidiana, o por la ilusión de caminos espirituales distorsionados, como todos aquellos que buscan la anulación del Ego a través del sometimiento total a un "maestro" encarnado que promete la liberación, acabamos siempre abrir brechas para la acción de esas mismas fuerzas que harán todo para alejarnos de nuestro más profundo propósito.

El despertar pleno del Ser es totalmente inútil si no si no llevamos con nosotros esta Arcilla transubstanciada en Luz. É esto es lo que nos enseñan los verdaderos Maestros, devolviéndonos la responsabilidad de nuestro propio proceso, sin ningún tipo de dependencia sin ningún tipo de dependencia hacia Ellos, para que podamos un día alcanzar el mismo grado de maestría.

Concluyo este texto transformando la experiencia que Jesús vivió en la Cruz en una ecuación que contiene en sí misma ese misterio de la Vida. Que sepamos adaptar esa misma ecuación a nuestra propia vida personal, guardando las debidas proporciones, sacando el extremo del dolor, la plenitud de la aceptación y la profundidad de la alquimia, pues estos procesos están reservados a las grandes Almas, y con ello podemos entregarnos a las experiencias que la vida nos trae sin rechazarlas, aliviando o incluso anulando el sufrimiento que siempre resulta de la no aceptación de estas experiencias.

Si hacemos esto sera posible lograr pasos importantes en este proceso alquímico de pulir nuestro Ego en la creciente sutilización de su propia sustancia hasta que pueda fundirse en las vestiduras del Cuerpo de Luz de Luz que ha ido tejiendo a lo largo de sus encarnaciones con lo mejor que ha puesto en cada experiencia vivida y a través de este cuerpo, renacer de las cenizas de este Dolor Ancestral transfigurándose en una Hostia Consagrada que finalmente será devuelta a Aquel que Todo lo Creó.

Paz Profunda,
Pedro Elias

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