Cuando asumimos conscientemente el camino que hemos determinado desde hace mucho tiempo, cuando ese SÍ interno resuena profundamente en la antecámara del Yo Superior, asumiendo una forma esférica y cristalina, todas las fuerzas contrarias a este movimiento despiertan de una larga somnolencia.

Este despertar sincronizado -ya que muchas de estas fuerzas no se han manifestado directamente durante siglos porque se sienten cómodas dentro del ritmo inconsciente de nuestros comportamientos- se debe al hecho de que el SÍ pronunciado internamente tendrá implicaciones reales en nuestra vida humana y tridimensional, lo que significa un cambio en nuestros hábitos y comportamientos ancestrales: aquellos en los que estas fuerzas siempre se han acomodado con la comodidad de saber que ninguna voluntad humana, por sí misma, podría desalojarlas.

Este SÍ es la autorización interna para que las Entidades de otras dimensiones de la Conciencia actúen y transmuten todos estos viejos nódulos de nuestros cuerpos. Este SÍ, reflejo de nuestro profundo compromiso con el aspecto femenino del Cosmos, sustentador de la Creación misma, es el punto de partida que nos rescatará de esta dimensión lineal hacia una dimensión circular y, por lo tanto, es visto por estas fuerzas como un grito de guerra; un acto que pondrá en peligro el territorio que han conquistado a lo largo de las encarnaciones.

Es después de este SÍ, como resultado de una Invocación Interna que cada uno de nosotros hizo a lo más profundo de nuestro Ser y a través de ella a lo Divino mismo, que se muestra al discípulo el camino, la meta que él definió antes incluso de encarnarse. En un breve vistazo, ya sea externo o interno, perceptible por los sentidos externos, o sólo percibido a través de la nota vibratoria que define esta tarea, el discípulo ve lo que le espera. En este momento único, la Paz se instala en sus cuerpos como un presagio del momento en que permanecerá de manera estable y definitiva.

En ese momento, cuando nuestra conciencia se viste con el manto de la eternidad, no queda nada más que una dulce fragancia de Luz y Paz que anula todas las viejas fuerzas. Sin embargo, y ésta es la gran prueba del discípulo, sólo se revela el advenimiento de algo que necesita anclarse en la materia para cumplir su verdadera función.

Y es precisamente en este momento de gracia momentánea que el discípulo deja de ver y todas las fuerzas retrógradas que se mueven en él comienzan a actuar de manera intensa y persistente, no sólo porque se reveló la imagen donde estas fuerzas no tienen cabida, provocando su reacción, sino también porque el mismo Universo, en su infinita sabiduría, dirige parte de estas fuerzas a probar el SÍ por nosotros pronunciado.

No esperemos, por tanto, tiempos fáciles después de este SÍ. Muchas serán las pruebas, muchas serán las dificultades, muchas serán las fuerzas que en nosotros, o a través de las que nos rodean, harán todo lo posible para desviarnos del camino que, en conciencia, ya tenemos como el único verdadero.

Ante esto, debemos estar atentos, debemos saber cómo denunciar a estas fuerzas en el mismo momento en que se presentan, sin enfrentarnos a ellas. Que entendamos que nada radical puede ayudarnos. Ningún gesto brusco o actitud ascética tendrá ningún efecto ya que esto sería tratar de combatir estas fuerzas y el proceso no es luchar sino rendirse incondicionalmente a lo Divino.

Por nuestra parte, se nos pide valor, determinación y fe verdadera para seguir el rastro de esta tenue hebra de Luz donde está nuestra conciencia, sin vacilar ni un solo milímetro ante la tormenta que nos rodea. Y todo esto debe ser vivido de manera ordenada y libre, de manera disciplinada y fluida.

El SÍ que conduce a la gracia final es, por lo tanto, la prueba más grande a la cual el discípulo tendrá que estar sujeto. Comprender el juego de fuerzas que está detrás de esta prueba -que todo lo que nos desestabiliza no viene de nosotros ni de los demás, sino de aquellas fuerzas que, impulsadas por el miedo a ser aniquiladas, harán todo lo posible por mantener su espacio-, debería darnos tranquilidad, porque si nuestra conciencia permanece firme en esta vena de Luz, en la imagen interior que nos ha sido revelada, ¿qué más puede perturbar esa profunda certeza que nos habita?

Entendamos, pues, que después de los votos internos, después de la entrega incondicional de nosotros mismos al Universo en su conjunto, nada más puede desviarnos de este camino por más oscuros que parezcan los escenarios que se establezcan a nuestro alrededor. La cuestión que se plantea no es saber, por esta misma razón, si llegaremos allí -esto es algo que está delineado hasta el más mínimo detalle desde el principio de los tiempos, sólo a la espera de la consumación de los ciclos a cumplir-, sino el grado de sufrimiento que estamos dispuestos a aceptar ante el mar tormentoso en el que navegamos.

El dolor no puede ser eliminado, por supuesto, es inherente a nuestra existencia misma en los planos tridimensionales, sin embargo, somos nosotros los que definimos si este dolor se convierte en tristeza o alegría, en desesperación o confianza, en separación o unión, en lágrimas de aquellos que se creen abandonados, o en la fuerza que surge ante esa sonrisa de Luz que se esconde tras los contornos de la máscara de civilización.

Una sonrisa que es la expresión viva y real de nuestra identidad profunda y eterna.

Después de todo, ¿quién es usted?


Del libro Reflexiones Espirituales para una Nueva Tierra
https://www.pedroelias.org/es/libros

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