Cuando nuestra conciencia abandonó los niveles superiores del universo, y se adentró en las esferas temporales, lanzándose a esa aventura cósmica que es la encarnación, lo hizo estabilizando su luz en diferentes planos dimensionales, valiéndose de cuerpos de materia diferenciada. Así fueron creadas las Mónadas, las Almas y se creó toda la estructura física necesaria para la encarnación. Estos cuerpos, que yo llamo estabilizadores de la conciencia permitieron que esa conciencia, estabilizada en su respectivo plano, pudiese utilizar ese cuerpo, actuar y servir al mismo plano.
Por lo tanto, aunque un filamento no muy poderoso de esta conciencia se expresa físicamente a través de una personalidad, que se compone del cuerpo físico, cuerpo emocional y mental, otros núcleos de esa misma conciencia en una potencia superior, se expresan en los otros planos. Así tenemos el Alma-cuerpo que sirve de vehículo a la parte de nuestra conciencia que se estabiliza en el plano intuitivo, y el cuerpo-Mónada que ancla en sí la potencia maxima del Ser Individual, estabilizando esta conciencia en el plano monádico. Esta concentración de lo que somos en diferentes planos y en diferentes tensiones, permite que mientras tenemos uno de los filamentos encarnados en el plano físico, continuamos, simultáneamente, actuando en los otros planos, aunque en el plano tridimensional no seamos conscientes de ello.
Para ayudar a visualizar este proceso supongamos que nuestra Mónada contiene en sí misma 1000 voltios de conciencia, que le permite irradiar una luz muy potente y amplia. Imaginemos también que el Alma contiene en sí 100 voltios de conciencia y que la personalidad contiene sólo 10 voltios de conciencia. Esta conciencia es lo que somos, es nuestro verdadero Yo que está presente en estos núcleos en potencias variadas.
Esta ilustración nos permite comprender de manera más clara en qué consiste exactamente el proceso de iniciación, que por ser una expansión de la conciencia tridimensional del ser, permite, tener lugar en sus múltiples fases, que la personalidad reciba un mayor voltaje de la conciencia que somos y con ello pueda expresar un grado de luz más potente. Así a medida que el ser recorre el camino iniciático, el Alma abre su válvula y permite que un mayor voltaje de conciencia llegue a la personalidad que gradualmente se vuelve más y más iluminándose en una potencia creciente.
Este camino iniciático tiene como objetivo final la integración de esta conciencia fraccionada en múltiples planos en un único núcleo consciente al que llamamos Cuerpo de Luz. Este cuerpo, a diferencia de los otros que hemos fue creado por nosotros en el transcurso de nuestras vidas, y es con este cuerpo, con toda la expresión de nuestro ser ya concentrada que un día volveremos al núcleo rector que es la expresión divina de nuestro ser.
Las distintas fases de este proceso de iniciación permitirán al ser reencontrarse consigo mismo, y con sus múltiples formas de expresión dentro del plano Físico Cósmico. Este plano se compone de siete subplanos que van del plano físico al plano divino. Es en este plano Físico Cósmico donde se encuentra toda nuestra estructura vertical, comenzando en los tres cuerpos de la personalidad, pasando por el Alma y la Mónada y terminando en el Avatar-Regente que es Dios en nosotros.
Estas iniciaciones son procesos internos que resultan del contacto de nuestro ser con su regencia jerárquica y que por lo tanto, no tienen expresión tridimensional. Nada en nuestra vida ordinaria puede denunciar lo que somos y que vivimos internamente. Estos procesos no tienen lugar en los relojes humanos, ni por voluntad o acción de ningún ser encarnado. Los que se someten a las iniciaciones lo hacen en total silencio, y sólo las transformaciones, en su expresión y en su comportamiento - porque todo el que se somete a una iniciación ya no será la misma persona - pueden denunciar lo que ha sucedido.
Existen varios núcleos de conciencia que no están sujetos a iniciación, que están reservados únicamente a las humanidades en sus múltiples expresiones. La Jerarquía Angélica, como emanación del Universo Padre, la Jerarquía Crística, como emanación del Universo-Hijo y la Jerarquia Devica como emanación del universo-Madre, no están sujetas a este proceso porque son núcleos iniciadores y no iniciados. En estos núcleos está la plenitud de conciencia de la cual de la que son filamento directo, y no hay proceso que realizar, puesto que todo está ya plenamente realizado en ellos.
Este proceso de iniciación comienza, naturalmente por la primera iniciación que se concede, no a aquellos que aún inmersos en la psique en la que se encuentra la humanidad en general se encuentra, sino a todos aquellos que, dentro de la ciencia espiritual, llamamos aspirantes. O aspirante es un ser que, habiendo salido ya de esta malla hipnótica aún no se ha reencontrado a sí mismo. Se encuentra en una especie de limbo, donde ya no se identifica mucho con su pasado, aunque sigue sintiéndose a gusto con sus costumbres, y aún no ha encontrado su futuro. Generalmente son seres que tienen una búsqueda casi obsesiva de conocimientos espirituales, de técnicas terapéuticas, de métodos de todo tipo, en una voracidad que oculta el vacío existencial de quien aún no sabe a ciencia cierta dónde asentar sus pies. Sólo cuando este aspirante empieza a sentir un vacío en el pecho y a se da cuenta de que, a pesar de todos los conocimientos que ha adquirido, las técnicas aprendidas, los métodos aplicados, nada real ha sucedido en él, y sigue siendo la misma persona de siempre, es cuando se le abrirá la puerta de la primera iniciación.
La Primera Iniciación se conoce como el nacimiento dentro del simbolismo de la vida de Jesús. Produce en el ser una profunda transformación. Con la expansión de conciencia que resulta de ella, una mayor tensión se hace disponible en la personalidad y con ello, el ser comienza a tener una visión más amplia de las cosas y del mundo. Todo sus referencias en la vida, sus hábitos, sus relaciones, su trabajo, etc.... sufren una profunda transformación y dejará de identificarse con todo ello. De repente, lo que era su vida se convierte en un inmenso vacío. Ya no siente afinidad con los amigos que tenía, ya no siente la necesidad de hacer las cosas que antes hacía, ya no se identifica con aquellos hábitos que solían proporcionarle pequeños placeres. Crece la necesidad de recogimiento, de silencio, de introspección, distanciándose poco a poco de los ambientes que había frecuentado hasta entonces. Un ser que atraviesa el proceso de esta iniciación, es alguien muy poco comprendido por los demás, porque de un momento a otro ya no tiene ninguna afinidad con todo lo que fue su vida hasta entonces. Comenzó a sentirse un extraño dentro de su propia rutina de vida. Comienza entonces a buscar otros ambientes con los que tenga una mayor afinidad. Sus lecturas, que en la fase de aspirante eran masivas, ahora son más selectivas y en sintonía con su realidad. Empieza a encontrarse con aquellos que son hermanos en el camino, no sólo por la similitud de lo que son sino también, en algunos casos, porque son almas del mismo grupo. Por primera vez el ser comienza a sentir la energía del Alma expresándose a través suyo, y con ello llegan estados de paz, armonía y verdadero silencio, aún no de forma permanente, algo que sólo ocurrirá con la tercera iniciación, pero en pequeñas dosis que te ayudarán a sintonizar con estas realidades interiores. En algunos casos el ser puede incluso tener contactos esporádicos con la Jerarquía. Es un período de muchos descubrimientos, de despertar a realidades desconocidas hasta entonces. Esta iniciación es como un puerto de hogar, un atisbo de futuros estados de conciencia donde todo esto se vivirá de forma plena y permanente, porque ahora sólo se vive de forma intermitente. Allí el ser se fortalece, preparándose para la aridez de la segunda iniciación.
La Segunda Iniciación es conocida como la travesía del desierto, o también como la Noche Oscura del Alma. Jesús recibió esta iniciación con su bautismo, tras lo cual fue llevado al desierto, donde permaneció cuarenta días. Después de la ligereza, la tranquilidad, la paz con que vivió todo el proceso de la primera iniciación, entra ahora en ese desierto donde todo esto le es arrebatado. Ya no siente su Alma, ya no tiene contacto con la Jerarquía; esa paz que impregnaba algunos momentos de su vida desaparece, y se encuentra abandonado en medio del desierto, sin ninguna referencia. Es una prueba difícil, en la que el ser sólo puede confiar en su fe y en nada más. Allí, en este desierto, se enfrenta a la involución que lleva dentro, a esos antiguos grumos que necesitan ser transmutados para que pueda llegar convertirse realmente en un iniciado. Porque si el estanque de agua estaba limpio en la primera iniciación; si esas aguas eran translúcidas y lo reflejaban todo, en la segunda iniciación el lodo del fondo de este tanque, que no se agitó durante la iniciación anterior, para que el ser pudiera vivir el contacto con sus planos interiores de forma pura y sin interferencias, se remueve ahora en la segunda iniciación, enturbiando estas aguas con toda la basura ancestral que hemos arrastrado de encarnaciones. Nadie puede convertirse en un iniciado y por lo tanto un verdadero servidor del plan evolutivo, con todo este lodo sin resolver. La segunda iniciación nos permite transmutar todos estos registros y alcanzar así la verdadera libertad. No es un proceso fácil. El ser se siente abandonado por Dios, perdido y traicionado. Incluso puede parecer que estuviera retrocediendo en su proceso evolutivo, pues si en la iniciación anterior era una persona dulce, armoniosa y atenta, ¿cómo puede justificar su creciente inquietud, arrebatos de ira, palabras más duras... Muchos no consiguen resistir la rebelión que y con ello acaban siendo blanco fácil de las fuerzas involutivas que los tentarán de todas las maneras, tal como hicieron con Jesús en el desierto. Aquí debemos saber perseverar en la Fe y no dejarnos seducir por las ofertas de esas fuerzas ni dejarnos impresionar por esos aspectos más groseros de nuestro ser que empiezan a aflorar, para que puedan ser transmutados. Es que allí, en medio de ese desierto, el ser entra en contacto con los núcleos de un dolor ancestral que viene clamando desde hace mucho tiempo por sanación. Es la oportunidad que el universo nos da de liberarnos definitivamente de todos esos registros ancestrales y con ello liberar de nuestros hombros toneladas de karma acumulado. Esta iniciación sólo la experimentan aquellos que están destinados a convertirse en extensiones encarnadas de Jerarquías. La mayoría permanecerá en la primera iniciación, porque tal vez no podrían manejar el cruce. Y como eso podría perderse en ese desierto, la Jerarquía mantiene a muchos seres en el proceso de la primera iniciación donde podrían ser de gran utilidad para el plan evolutivo en la la actual transición planetaria, aunque no con la misma sintonía y seguridad de los que ya han cruzado ese desierto.
La Tercera Iniciación es una extensión de la primera, sólo que ahora todo se vive de forma estable y permanente. Corresponde a la transfiguración de Jesús, en la que entra en contacto directo con su Regencia Jerárquica, convirtiéndose en su prolongación. Con esta iniciación el ser es aceptado por el Maestro que se hace presente y la energía del Alma fluye a través de él, absorbiendo completamente la personalidad que sólo en la siguiente iniciación será disuelta. Es en esta iniciación que el ser entra verdaderamente al servicio del plan evolutivo, convirtiéndose en una prolongación directa de la Jerarquía. Un ser que vive este proceso es alguien que ya está en total armonía y paz física, emocional y silencio mental. A partir de aquí no hay cómo retroceder, ni las fuerzas involutivas de ámbito planetario pueden desviar al ser de su camino.
La Cuarta Iniciación es una continuación de la segunda, sólo que ahora ya no se transmuta el karma personal, sino el karma transmutado, sino el karma planetario. Mientras que en la segunda iniciación, el ser se enfrentaba a sus dolores ancestrales ahora está en contacto con el dolor ancestral de la humanidad. Es una de las iniciaciones más difíciles. Este proceso generalmente se vive en el recogimiento; el ser tiene la necesidad de retirarse del mundo para vivir internamente este dolor y así ayudar a aliviar, en su propio cuerpo, la carga del planeta. Con esta iniciación la personalidad del ser esta totalmente disuelta, y es por eso que al final de este proceso cuando recibe la Quinta Iniciación, el ser desencarna y sigue el proceso siguiente en otros planos de conciencia. Esta iniciación corresponde a la crucifixión de Jesús, después de la cual, aún vivo, es llevado al sepulcro donde permanece tres días hasta desencarnar y resucitar con la Quinta Iniciación, con las vestiduras del Cuerpo de Luz. Allí, Jesús experimentó los dolores del mundo en su carne terrena, aliviando a la humanidad de parte de su karma.
La Quinta Iniciación, que es una extensión de la tercera iniciación, que tiene lugar con el ser desencarnado, es uno de los más bellos procesos iniciáticos, como es conocido dentro de la Poética Espiritual como el Matrimonio Superior. Cuando la novia, el Alma, se eleva del plano intuitivo al plano espiritual y se encuentra con el novio, la Mónada, que desciende del plano monádico, y ambos, sobre las vestiduras del Cuerpo de Luz tejidas a lo largo de las encarnaciones por nosotros mismos, se unen en un solo núcleo consciente, se produce esta unión sagrada que unifica toda la expresión vertical de nuestro ser. Sin embargo miramos esta iniciación, no a través de los ojos de lo Espiritual que es un poderoso instrumento de instrucción, sino a través de los ojos de la Ciencia Espiritual, percibimos que en verdad ni el Alma asciende ni la Mónada desciende, por ser estos núcleos estabilizadores de la conciencia que somos en sus respectivos planos y, por tanto, al no ser cuerpos multidimensionales, no se desplazan verticalmente. Sólo la conciencia del ser realiza este viaje vertical a través de las diversas dimensiones y no los cuerpos donde se estabiliza. Lo que ocurre en el proceso de la Quinta Iniciación es que estos dos núcleos, Alma y Mónada se disuelven y la conciencia que estaba anclada en ellos, toda ella fluye hacia el Plano Espiritual donde comienza a concentrarse integralmente en el nuevo cuerpo. Este cuerpo, a diferencia de los otros, es un cuerpo multidimensional que permitirá al ser actuar de manera directa y consciente en todos los planos. Un ser con la Quinta Iniciación es alguien que puede operar con total libertad desde la tercera a la sexta dimensión, teniendo total dominio sobre la materia de tal manera que puede materializar un cuerpo físico si es necesario para operar en ese plano en forma encarnada, y ese cuerpo será disuelto cuando su tarea esté terminada. Fue así con Jesús que, desde la resurrección (Quinta Iniciación) hasta la ascensión (Sexta Iniciación), caminó físicamente entre sus discípulos. Un ser pasa de ser Iniciado a Adepto, tomando parte activa de los consejos planetarios y solares y actuando de manera nuclear con Jerarquías y Centros Planetarios. Esta iniciación corresponde a la Primera Iniciación Solar.
La Sexta Iniciación es el proceso que conduce al maestro. La experimentan los que llamamos Maestros. En diferencia de la Cuarta Iniciación, en la que el ser, como Iniciado, era confrontado con el dolor del planeta, y la Segunda Iniciación en donde él, como Discípulo, tuvo que transmutar su propio dolor ancestral, en esta iniciación el ser, ya como Maestro, entra en contacto con el dolor del universo y con los núcleos involutivos que lo sostienen. Esta iniciación corresponde a la Primera Iniciación de Sirio, lo que significa que este ser tendrá un contacto directo y nuclear con lo que rige nuestro Sistema Solar y con la expresión más pura del Segundo Rayo en el plano físico cósmico.
La Séptima Iniciación conducirá al ser a la unificación con su núcleo divino. Este es el proceso de elevación del Cuerpo de Luz, que hasta entonces circulaba libremente por las seis primeras dimensiones, hasta la séptima dimensión donde se encuentra el Regente. Es con la Séptima Iniciación que todas las extensiones de ese regente, que han seguido su camino en la materia, se unificarán en ese Núcleo Divino, abriendo las puertas del plano Astral Cósmico donde el regente se consagrará más tarde como Avatar. Aquí estamos ya en el dominio de las Jerarquías que son formadas a partir de esta iniciación. Las iniciaciones siguientes sólo pueden ser percibidas en sintéticamente.
La Octava Iniciación pone al ser en contacto directo con los Signos Cósmicos que son los portales de conexión entre el Universo Madre y el Universo Hijo, del que los Cristos son emanaciones. Esta iniciación corresponde a la primera iniciación de Orión. Es también en esta iniciación que el ser se realiza a sí mismo como el Avatar, después de la unificación completa de todas sus prolongaciones.
La Nona Iniciación está directamente vinculada al centro de la galaxia y su Logos, y la Décima Iniciación eleva al ser a esferas extragalácticas, correspondiente a la Primera Iniciación de Andrómeda.
La vida de Jesús nos trae la matriz iniciática por la que por la que todos tenemos que pasar. A través de sus diversas iniciaciones percibimos el camino destinado a todos. De Primera a Sexta Iniciación tenemos el surgimiento de un Maestro, en la Séptima Iniciación tenemos la fundación de una Jerarquía. Con la Octava Iniciación esa Jerarquía, Samana, entra en contacto con los Signos Cósmicos, recibiendo la primera iniciación de Orión. Con la Novena Iniciación, la actual, hay contacto con el centro de la Galaxia, y hoy Samana es una rama directa de ese Logos. Y como el Logos galáctico es una entidad que opera directamente en el plano Cósmico Monádico, es decir, en el Universo Padre, donde se encuentra el Gobierno Central Celestial, entonces podemos decir que Samana, que mientras Jesús, uno de sus núcleos, era un filamento del Hijo, es hoy una extensión directa del Padre.
Este camino que nos fue abierto por Jesús y que hoy es sostenido por Samana, está ahí para todos. Es el camino de reconectar con nuestra esencia en sus diferentes gradaciones y dimensiones. Es el camino de regreso a la casa del Padre que nunca hemos dejado, pero de la que, debido a la necesidad de transustanciar la materia, nunca hemos tenido que desprendernos de ella a lo largo de las múltiples dimensiones del universo vertical vertical, encarnando las esferas temporales del Universo-Madre. Un día este universo se reintegrará en el universo-Hijo, de del mismo modo que la personalidad de un ser se reintegra en su Alma. Y un día, en estos días cósmicos que son eones, el universo-Hijo y el universo-Padre se unificarán en un único núcleo consciente. Entonces, finalmente, la trinidad se hará una y el Cosmos en su conjunto podrá consagrarse ante el altar del Ser Supremo del que no tenemos noticias ni palabras para describirlo.
Del libro Reflexiones Espirituales para una Nueva Tierra
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